miércoles, mayo 25, 2005

Hora de pagar

“No todos los días Diego amanecía así, desprovisto de su alma. Por primera vez entendió cuan caro le había costado el amor de Claudia.”

Mirando a Dios

Su rostro era todavía terso. Su mirada, lejos de estar perdida, conservaba un empuje fulminante, como mirando a un punto minúsculo, imperceptible para todos menos para ella, donde se hallaba concentrado todo el infinito. Su manos, claras, y sus dedos de medusa, conservaban una parsimonia que parecían detenerlas en el tiempo. Todo aquello observó el viudo antes de que el mundo, en forma de puerta de madera de roble barnizado, se precipitara sobre ella, para siempre.