miércoles, setiembre 14, 2005

Una noche

Todos los días de su vida había estado ahí. Sentado a su lado. Mirándolo como se mira a quien mira lo que mira. Ergo, mirándose a si mismo. Sentado junto a la escalinata, Horacio no hacía otra cosa que contagiarse del llanto de sus ojos. Sufrir una condena que jamás pensó sufrir.

Los hechos que acababan de suceder, uno detrás de otro, en una cronología imposible, han terminado por desmoronar por completo a Horacio. Lo han vuelto simple polvillo. Nada de la nada. Un simple hedor sin olor. Una contradicción.

Susana que nunca llegó a dormir. Que llega. Que luce incómoda, como queriendo fabricar excusas en tiempo real. Como queriendo morirse un poquito, para dar algo de lástima, para no ser la victimaria, sino algo víctima.

Susana que no resiste. Que solloza, que llora. Que confiesa. Una noche de amor encarnizado. Una lucha hecha lujuria sobre un colchón de 3 estrellas.

Susana que no resiste. Que no se arrepiente. Que borra todo el amor de años, de miles de momentos y anécdotas, y cafés y vinos –como el de ayer ¿recuerdas? Estaba demasiado dulce, empalagoso diría yo- por una sola noche de deseo.

Un hombre. Una escalinata. Una mujer, su mujer. Una noche en vela, sin pegar un ojo. Esperando. Una confesión vuelta infidelidad. Y un llanto que retumba en los adentros más profundos de un cuerpo que se siente traicionado. Una última gota de agua salada. Una lágrima. Una pistola en la mano y una bala, que siempre dice la verdad. Un golpe seco. Fuerte. Un disparo.

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