sábado, setiembre 08, 2007

Ensayo sobre la sonrisa

Un río de lágrimas puede quebrar al más duro de los humanos, pero una sola sonrisa lo mata de pavor. De vergüenza. Una sonrisa redonda y efímera puede hacerlo todo, absolutamente todo lo que las lágrimas no. El llanto tiene una naturaleza falaz, que demuestra impotencia, rabia; una pena que llega a ser insoportable y que embarga de tal manera, que el cuerpo, los ojos, las cejas, estallan en un brote de sal líquida. El llanto real no se controla. No se anda con medias tintas y te deja deshecho, desmenuzado; con las marcas inequívocas de una tristeza expectorada en forma de párpados hinchados y ojos rojos.

La sonrisa, en cambio, guarda el tibio encanto de saberse un arma de doble filo. Blanca y letal; filosa y puntiaguda. Un arma que se guarda en el bolsillo secreto, que se lleva a todas partes y representa un seguro de vida vitalicio. Porque una sonrisa te salva la vida, te enamora y te desviste. Te enternece y te despereza.

Y claro, a ti poco te importa eso de racionar tu arma letal. Te tiene sin cuidado aquello de esperar el momento adecuado, de matar de desesperación a todos. No. Tú andas por el mundo blandiendo tu arma, acuchillando a diestra y siniestra, mostrándola cual supieras que es la tuya la que ganaría el concurso mundial de sonrisas. Y es que siempre sonríes. Siempre juegas, siempre.

Lo peor de las sonrisas es que son tan contagiosas como fulminantes. Lo peor de ti, es que ríes de manera aparatosa, desconmensurada, casi de manera ridícula por lo exagerada. Ríes con la boca tanto como con los ojos marrones café con ron que tienes. Ríes de tal forma que da ganas de matarte, pero uno termina sucumbiendo a la tentación terrible de sonreír también, a sabiendas que todo está dicho, que aunque ensaye mi mejor sonrisa ya todo lo opacaste tú con esa especie de resquebrajo en tu semblante. Y tú lo sabes. Lo peor es que lo sabes. Lo peor del mundo es saber que uno puede pulverizar al otro con solo una mueca, con un cuasi tronar de dedos. El temible vampiro se deshace de nervios cuando comienza el hedor a ajos. Y tú sabes a ajos. A agua bendita. A un crucifijo de madera que funge de estaca mortal. A cigarrillos apagados, a ron barato. Sabes a nada y la nada me sabe bien.


1 comentarios:

Kitsune dijo...

¿También escribes por pedido?
Tengo un tema interesante, aunque terrible(la última entrada de mi blog).
Besos mil.