sábado, enero 01, 2005

Tarantino, mon amour

Quentin Tarantino admira a D.J. Salinger. Aquel escritor ermitaño de una sola novela, que vive aislado del mundo, que odia las entrevistas y las fotografías. "El guardián entre el centeno" es una obra de culto en Estados Unidos e inspiración de más de un asesino en serie. Tarantino ama también esa novela.

Y es que Quentin Tarantino no es solo un director y guionista. Este personaje, que arranca sonrisas en cada entrevista por sus exagerados gestos, es también el cultor de una nuevo concepto de cine. Aquel donde las historias se entrelazan en perspectivas vertiginosas. Donde la música pareciera no acompañar a la imagen, sino difuminarla.

Eso es Quentin Tarantino. Un cuadro pastel alborotado por una explosión de colores. De rojos, azules y rosados. De lágrimas que chorrean verde y amarillo.

Pulp Fiction, más que una película genial, es un ícono que conjuga imagen, música y narración y lo convierte en único e inseparable. John Travolta jamás olvidará su baile con Uma Thurman, y Samuel Jackson, jamás el versículo de Ezequiel 25: 17, que no aparece por ninguna parte de la Biblia.

Historias que aparecen y desaparecen, que se arman a retazos. A Tarantino poco le importó aquello del inicio o el desenlace. Pulp Fiction es un conflicto de dos horas. Un quiebre de reglas, de paradigmas. Y está dicho que quien quiebra los cánones marca hitos. Quentin se debe saber feliz por eso.

Kill Bill fue su última entrega. Una película de cuatro horas, que por motivos de producción, terminó saliendo en cartelera en dos volúmenes. Aquí se luce la principal debilidad del director, Uma Thurman. Tarantino no entiende el porqué de su admiración por la rubia. Alega, simplemente, que tiene una fijación con sus dedos, principalmente con los de sus pies. Y por eso vemos a cada momento los pies descalzos de "la novia" embarrándose o pisando ojos. Incluso, en la escena del primer volumen, Uma tiene una conversación maravillosa con el dedo gordo de uno de sus pies.

La sangre es también elemento recurrente en el sello Tarantino. Comenzando por Reservoir Dogs, pasando por Jackie Brown y finalizando con Kill Bill, el director ha mostrado su fetiche por las armas y los cuerpos cortados, agujereados, baleados, mutilados. Desde rifles y revólveres hasta las míticas espadas Hattori Honzo. Lo genial, en todo caso, es que pareciera que el sadismo que profesa el buen Quentin parece, más bien, inocente y trivial.

Todavía Marsellus Wallace debe preguntarse qué demonios había dentro de su maletín. Y Vincent Vega seguirá pensando cómo las balas no lo atravesaron.

Tarantino dejó ya de ser una persona. Un guionista acucioso o un director de renombre que ocasionalmente actúa en sus películas. Tarantino es un nuevo concepto. De arte visual y estética cinematográfica. La conjunción de sonido, imagen, color y neo-narración engranan una nueva forma de presentar historias. Con diálogos exquisitos e interminables, o acrobáticas peleas donde lo único que se oye es el rechinar de dientes, las balas en fricción con el percutor, y los sufridos jadeos de quien fue alcanzado por un disparo.

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